Dora Juárez, Planeta ballena
- David Cortés
- 30 jun
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Actualizado: 30 jun
David Cortés
Alguna vez, ella formó parte de Muna Zul y de su paso por esa agrupación quedan como testimonio un par de discos, Muna Zul, (Tzadik, 2003) y Enviaje (El Convite, 2006). Cuando la separación llegó, Dora Juárez Kiczkovsky se internó en los páramos de lo solitario y gestó Cantos para una diáspora (Tzadik, 2015).

Fue entonces cuando el silencio llegó y la fémina que hoy nos ocupa, en sus palabras, “dio a luz y migró de la ciudad a la costa para tomar una larga inmersión vital y creativa de maternaje, siembra, bioconstrucción y composición” que finalmente quedó plasmada en Planeta ballena (independiente, 2025), un álbum de prolongada gestación con la producción de Federico Schmucler, quien a su vez se hizo cargo de buna parte del arsenal sonoro aquí escuchado.
“Disappearing (versos para Lama Lena)”, el corte abridor de Planeta ballena es, por su combinación entre la vanguardia y el pop, una especie de resumen de las avenidas que nos llevará a transitar la cantante luego de casi una década de ausencia discográfica. En su inicio la voz aporta un sonido poco común y de allí deriva a una avenida cálida, íntima (interrumpida por un sampleo de una conversación), luego “revienta” hacia un pasaje más rockero coronado por un coro de monjes tibetanos que, con su interpretación ceremonial regresan el canto a su punto de inicio: la voz. “Sangrando”, por su parte, es delicada, perlada de sonidos pequeños, como si se tratara de gránulos que unidos dan el cuerpo a la canción, incluso la misma voz de Dora, cuando no canta, se convierte en ese instrumento, esparcido sutilmente dentro del corte; “Sembré” tiene un poco de folk, en parte por su instrumentación, en parte por el coro “multitudinario”, la narración de Jesús Carlos Castillejos y la versada a cargo de Cubas Friedman.

Hay cortes de instrumentación mínima, por ejemplo “Teo” en donde la kalimba acompaña la voz de Dora hasta que una guitarra suena en la lejanía, apenas insinuada, para ganar cierta presencia y disolverse con la voz de la niña y ser tragada por el mar que al final cierra el corte.
“El hombre y el perro” es una narración fantástica, cargada de efectos de animales y apenas coloreada por una guitarra acústica, y otro instrumento de cuerda. La voz de Dora simula una trompeta que en esa aparente inocencia aporta un toque experimental y juguetón. “Cae” prosigue en esa seducción creada a partir de una dotación mínima de instrumentos y la voz de Dora Juárez. (La verdad es que con una voz cálida y maleable como la suya, no hay necesidad de utilizar más instrumentos.)

“Guardo”, “Canción de cuna”, siguen por ese tenor. “Planeta ballena”, el tema que da titulo al álbum, al ser el más extenso, condensa los diferentes elementos que dan vida al álbum, ciertos toques cercanos al paisaje sonoro, la canción, la experimentación con la voz y algo de electroacústica. (Quien esto escribe, no pudo evitar recordar ese experimento que Juárez hiciera al lado del saxofonista Germán Bringas bajo el título de En la panza de la ballena, incluido en el box set Zona de desfragmentación II aparecido en 2007)
“Dark matter” cierra este viaje íntimo en donde las experiencias que han marcado a su autora en los años recientes encuentran salida, con la fortuna para nosotros, los escuchas, de no convertirse en un cursi diario de la cotidianidad. En vez de eso, lo que nos entrega son trozos de vida, cargados de víscera, pasión, emoción y realzados por la cuidada producción de Federico Schmucler.
Para repasarlo una y otra vez.
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