Muryang y Bardo Thodol, portal al Cosmos
- David Cortés

- hace 4 días
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David Cortés
Hay noches en donde cielo y tiera parecen juntarse, fundirse en una sola entidad. Son momentos en los cuales los destellos de belleza son tan fugaces que parecen irreales; otras ocasiones, pueden propiciar un trance y nos invitan a permanecer en él.
Esta noche el Alicia ha abierto sus puertas a Muryang y Bardo Thodol y se antoja un paseo místico-cósmico.

Muryang es el encargado de abrir la sesión. El nombre significa el Incontable y le fue dado por una monja de origen asiático en un retiro espiritual. Detrás de ese “alias” se encuentra Braulio Navarro, también integrante de Metaensamble. Acompañado de su sitar (nombre sánscrito que significa siete cuerdas), un instrumento al que lleva pocos años estudiando, como él mismo lo confiesa, él entrega varias composiciones que si bien no se apegan al canon clásico de una raga, sí guardan una esencia mística.

Hay en su música un poco de rock progresivo, algunos resabios muy escondidos de metal (una de las composiciones que interpreta esta noche, fue escrita para ese género, pero aquí presenta una adaptación de la misma). Es difícil escapar al embrujo que suscita la música de la India y si bien lo que esta noche se presenta no es música clásica en el estricto sentido, sí se mantiene el tono devocional que producen esas sonoridades y el set de Muryang instaura una aura de misterio, reverencia y sacralidad idónea para preparar el arribo de la banda estelar.
Bardo Thodol es el nombre que recibe el Libro Tibetano de Los Muertos y desde 2013 es el dueto integrado por los guitarristas Carlos Vivanco y Alex Eisenring. Ellos editaron dos años después, la que hasta ahora es su única producción, un álbum epónimo. El hambre de su fandom por más música se ha mitigado en una década con sus apariciones en directo que son contadas, pero siempre sorprendentes.

De acuerdo con la filosofía hindú, el espacio cósmico es una realidad vasta, consciente y divina, que existe en ciclos interminables de creación y destrucción y la música de Bardo Thodol es, en directo, como una exploración de uno o varios de esos ciclos. Cuando Eisenring y Vivanco se conectan, en todos los sentidos, crean una cauda sonora que abre una puerta a regiones oníricas, espacios en los cuales podemos vislumbrar estrellas, nebulosas, cometas; pero al mismo tiempo abren una entrada al interior de nuestra conciencia, propician un clima de abstracción y ensimismamiento que las más de las veces lo lleva a uno a estados de contemplación.

Tanto Eisenring como Vivanco crecieron en un mundo donde el rock se sintió tentado y fascinado por las filosofías de Oriente y entonces la figura de Ravi Sahnkar, entre otras, tendía su influencia sobre un sector de la juventud occidental. Eso más el avance de la ciencia ficción, dieron origen a una cosmovisión única que a su vez gestó una música, un soundtrack del cual estos dos abrevaron y que ahora, sobre el escenario, reproducen.
Sin embargo, no se trata de una mera reproducción o de una puesta en escena, sino de la creación de un universo sonoro a partir de la asimilación de esas influencias y que, luego de años de tocar en directo, tan bien saben hacerlo.

No es mucho el tiempo que bardo Thodol necesita para tomar a los asistentes de la mano y conducirlos a terrenos ignotos, espacios deconocidos pero que, la mayoría de los presentes asociamos a aguna imagen cinematográfica de referencia en donde la constante es la inmensidad, los espacios abiertos.
Tal vez por eso, por confrontarnos con un espacio abierto, desolado, tal vez inhóspito, la música de Bardo Thodol resulta iluminadora y espiritual. Una noche montado en esta alfombra de sonidos creada por la dupla, es un boleto a una galaxia cercana o a una alejada región de la tierra. Sea cual sea el destino propuesto, lo seguro es que esta música alimenta la introspección, la posibilidad de escrutar y autoescrutarse y de salir de ese examen, las más de las veces, ungido de tranquilidad.

Hoy Muryang y Bardo Thodol, desde posiciones aparentemente distintas, pero unidas por una mística compartida, abrieron un portal en el Alicia y durante casi dos horas, nos acometió la ingravidez y flotamos, flotamos, flotamos.



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