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Remi Álvarez y Yonki Salazar, Tezcat lingam (Pesticide Free Music)

 


 David Cortés

 

Remi Álvarez es un saxofonista veterano a quien le gusta explorar nuevos caminos. Hace ocho años, en uno de esos peregrinajes que acostumbra hacer, en la ciudad de Veranasi compro unas bansuris (flautas transversales tradicionales de la India y Nepal, fabricadas de bambú y, Wikipedia dixit, “asociadas a la música clásica hindú y a la figura del Dios Krishna”), pero no logró “conectar” con ellas.


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Hace aproximadamente dos años, en otro de sus peregrinajes, Álvarez comenzó a estudiarlas. “Fue hasta Nepal -dice- que por alguna razón las entendí. Como decimos aquí ‘me cayó el veinte’ y a partir de ahí le empecé a dar con todo, al grado de dejar los saxofones durante poco más de un año. En ese entonces vivía en un centro de retiro de mi maestro por Valle de Bravo. Su sonido e historia está íntimamente relacionados con la música espiritual de la India. Y al estar viviendo en un centro de meditación en medio de la nada, fue muy apropiado dedicarle mi tiempo”.

Recientemente, Álvarez puso a circular un álbum digital al lado de Yonky Salazar, baterista de reggae y afrobeat, “amigo de muchos trabajos en el pasado”, con el título de Tezcat lingam (Pesticide Free Music), quien lo puso en contacto con el productor Jan Brok, quien sugirió se bautizara el álbum con ese título, porque es una combinación de la tradición prehispánica y la hindú.

“Tezcatlipoca, ‘el espejo que humea’ -comenta Remi-, el señor de todas las cosas, de lo invisible, la providencia, la oscuridad y creador del cielo y tierra; Lingam, ‘síntoma’, de Shiva”.

El álbum abre con “Ash Loto” en donde hay un drone de inicio sobre el cual comienza a sonar la percusión y después la bansuri que, “ayudada” por efectos, impone un toque ritual a la improvisación. El tono es reposado, tranquilo, del instrumento emana calma, como si tratara de construir un estado de contemplación, mientras la percusión está allí para anclar y dotar a la música de cierta aura terrenal, aunque la flauta de Álvarez (que se convierten, conforme avanza el track, en flautas) crea una dimensión etérea-externa.

Una dotación instrumental “reducida” puede ser una limitante, pero si se usa con imaginación, como es el caso de ambos músicos, eso se invalida con las primeras notas. Es el caso de “Garuda quetzal”, que si bien conserva el tono ritual, también nos “abre” a otra dimensión. Aquí, la música parece tener más cuerpo, un volumen diferente, como si se tratara de una imagen en relieve que se consigue con la superposición de capas y en esta edificación también contribuye la percusión que por momentos es más viva, dinámica.

La tónica del disco es ritual, generar una música de carácter curativo, de lento desarrollo, sin exabruptos, incluso el efecto, que crea el sonido de una guitarra en “Incienso” se escucha en un volumen tenue para no crear una interrupción y menos un sobresalto, aunque cerca del final sí encontramos cierta “agitación”, tal vez relacionada con ese instante en donde esa pequeña varita de incienso, comienza a fenecer.

De “Plumas y mantras”, el último corte, emana un aura de un tupido bosque porque su comienzo es como si se diera entre una gran parvada para luego, poco a poco, entrar en un pasaje en donde la percusión encuentra un patrón rítmico que desarrolla por un momento para inducir a un estado de trance. Álvarez y Salazar nos llevan por un paraje de ensueño, una zona plagada de vegetación en una travesía por un territorio virgen -no exenta de peligros-, apenas hollado por el ser humano, al final del cual cada uno encontrará su retribución.

Tezcat lingam amplía la discografía de Remi Álvarez, al mismo tiempo que muestra esa faceta meditativa, espiritual y contemplativa que ha desarrollado a lo largo de años de estudio. Es un viaje a su interior, una música que emana calidez y tranquilidad; música pra sanar y restaurar la paz interior, algo que hace falta a los habitantes de toda metrópoli.

 

 

 

 

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