Un par de sacerdotes en RE
- David Cortés
- 23 may
- 2 Min. de lectura
Un arsenal de instrumentos prehispánicos (caracoles, guajes, flautas de barro, tambores tarahumaras, caparazones de tortuga, teponaztles, etc.), forma un círculo y dentro de él, un sacerdote llamado Luis Pérez, acompañado de la sacerdotisa Paloma Coronado, se prodigan para crear ritmos, atmósferas, melodías. El lugar es el Estudio A de Radio Educación y la sesión forma parte de las grabaciones que integran el catálogo de Pueblo de patinetas, el programa radiofónico que, desde hace más de 20 años, conduce Rafael Catana.

Hoy la tarde es especial, no sólo es la presencia de Luis Pérez, el artífice del etno rock en nuestro país, y de Paloma Coronado, con quien ha trabajado en años recientes, el motivo. También, señala Luis, se grabará un disco y pide guardar silencio a unos cuantos invitados y hacer lo mismo con los celulares.
¿Cuántas veces se ha presentado en vivo Luis Pérez en años recientes? Recuerdo haberlo visto como acto abridor en el concierto de Premiata Forneria Marconi en una noche, donde sin mediar presentación, trató de calentar infructuosamente la velada. Todos sus esfuerzos fueron vanos y el sonido tampoco le ayudó. Desde entonces pocos o nadie lo han visto en directo. Eso vuelve la tarde de hoy excepcional.
Viento, lluvia, truenos, se dejan escuchar a un alto volumen; la iluminación hace lo suyo y rápidamente olvidamos que estamos en un estudio de radio. Cuando el diseño sonoro se desvanece lentamente y se disipa el último estruendo de un relámpago, los tambores tarahumaras, acompañados de una flauta y el percutir de los cascabeles, atruenan. Luis hace un canto que tiene un toque ceremonial, una especie de mantra, y entona “Despierten, ya despiértense”.

Paloma, en el otro extremo, toca otro tambor, resuenan las flautas de barro, se escucha el sonido de los cascabeles que, atados a las piernas, ambos hacen percutir al golpear el suelo.
Cuando el primer “movimiento” termina, da pie a un pasaje de reposo. Luis toca los caracoles, empuña una larga flauta y semeja el ruido del viento; Paloma se concentra en tocar diferentes percusiones. Poco a poco el ritmo sube; ahora es ella la que canta, a medio volumen, suficiente para crear un velo, un aura deliciosa de belleza.

¿Existió esta música en el pasado?, ¿qué tan fidedigna es la recreación de una época precolombina? Se empieza a escuchar el canto de una ballena y no, no se trata de un sampleo, es Paloma Coronado la que logra ese efecto.

Anclados a nuestras sillas, sentimos el tiempo correr, vemos como se mueven de un lado a otro en ese círculo, escuchamos una atmósfera de misterio y un cierto sobrecogimiento se apodera de los circunstantes por el peso ritual, sagrado, que se desprende de esta cauda sonora intensificado por el canto de Luis y Paloma.
Cuarenta minutos.
Luego de un paso por atmósferas selváticas, un paseo en medio de un coro de animales y vivir momentos sacros y rituales, el silencio se vuelve a imponer. Los presentes tardamos unos segundos en darnos cuenta de que el viaje ha terminado.

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