Vive Latino: Un cuarto de siglo
- David Cortés
- 18 mar
- 4 Min. de lectura
Estoy casi en la última fila de las gradas del estadio GNP y escucho a Caifanes. Ya saben, un set muy probado. Saúl con un chorro de voz y sirviéndose del público para terminar las canciones. “Y caíste” su nuevo sencillo, apenas estrenado el 11 de marzo, pasa desapercibido. Cuando se empieza a escuchar “Vivir sin miedo”, el tema de Vivir Quintana, imaginé que el foro retumbaría más que con las canciones de Caifanes, pero no fue así, probablemente porque se trató de un video y no de una interpretación del grupo.
La respuesta del público al grupo me rebasa. Me deprime el peso de la nostalgia. Siempre he pensado que la responsabilidad histórica de Caifanes, que ellos no pidieron, pero les cayó encima, era liderar ese renacimiento del rock mexicano surgido a fines de los ochenta; pero su ejemplo, de unos años a la fecha, es el estancamiento. Solo encomian la nostalgia.

¿Alguien a quien culpar? Eso no es responsabilidad de los organizadores, no es a ellos a quien les compete incentivar la creación. Sí, cierto, forman parte de la industria musical, pero a esta industria lo que menos le compete e interesa es la música; esta crece, se desarrolla y fortalece en otros ámbitos más pequeños para luego proyectarse a escenarios mayores. Así que en un festival de esta índole encontraremos lo mismo bandas auténticas que prefabricadas (¡Hey, no crean que es una alusión a Macario!).
¿A quién le corresponde cuestionar la oferta?
Al público.
En realidad, es un círculo vicioso. Si la industria ofrece productos pobres (léase grupos), el público se acostumbra a bajos niveles de exigencia y cuando se topan con algo que les demanda más atención, simplemente le dan la espalda. Claro, este es un proceso que no se vive de la noche a la mañana, es gradual. El Vive Latino es un buen ejemplo, pero, otra vez, este responde a una industria que se mueve de manera similar a nivel mundial.

Hace años, un cartel como el del 25 aniversario hubiera sido impensable. Cuando bajaron a Natalia Lafourcade de un escenario, me tocó ver a la cantante tras bambalinas llorar de frustración y rabia. No estuvo bien, de ninguna manera, porque en ese entonces, sin los éxitos que luego la encumbrarían, lo que ella hacía ya era sólido y muy interesante. Esa actitud tan radical y agresiva del personal, de la banda, se ha trastocado en una actitud totalmente acrítica y pasiva, en donde lo imperante es el hedonismo y el consumo por el consumo.
Así que la pregunta es ¿desde dónde interrogo la calidad del VL 2025? Económicamente es un éxito.
¿Musicalmente?
El cartel de este fest se me ha hecho uno de los más débiles de los últimos años, no lo que esperaba para un cuarto de siglo. El “fenómeno” de la inclusión de grupos o solistas ajenos al rock comenzado hace unos años, prosiguió esta ocasión y alcanzó su clímax con Música para mandar a volar (Daniela Romo, Yuri, María José, Belinda, Napoleón, Leonardo de Lozanne y Saúl Hernández). Mientras veo a Saúl cantar un tema de Los Bukis, sí, ¡Los Bukis!, me pregunto si ya no recuerda cuando, en sus comienzos, atacaba todo esto que ahora parece amar.

¿Son los años la mejor forma de “domesticación”? ¿Los principios han dejado de ser importantes? Camilo Lara dirigía la tarde detrás de su teclado, así que este émulo no declarado de Raúl Velasco ya debe traer bajo la manga un asalto a la razón como el perpetrado con Los Ángeles Azules hace algunos años. (Aquí es cuando los lectores comienzan a gritar ¡ya siéntese señora!, o cosas similares.)
Pero claro, muchos de los asistentes al Vive del 2025 no saben quién fue Raúl Velasco ni cómo este impuso en los setentas y ochentas los gustos musicales y cerró las puertas a muchos, pero Saúl Hernández, Alfonso André y Quique Rangel (integrantes de la banda de apoyo en Música para mandar a volar) sí, pero tampoco pareció importarles. (Cierto, por el programa de Raúl Velasco, que odiaba al rock, desfilaron grupos del género, pero siempre fueron más una excepción.)

En medio de este manoseo de la música, hay momentos rescatables: el profesionalismo de El Haragán y su compromiso por presentar un buen show; Los Esquizitos también se muestran fieles a su propuesta y los hicieron sonar muy poderosos; La Lupita y sus esfuerzos por reconstruirse hablan de que van por buen camino. Seguro hubo algo más, pero es imposible ver todo, así que la asistencia al Vive Latino dependerá de tu elección, aunque tampoco es que la oferta sea tan variada. Vamos, hay muchas bandas, pero poca diversidad entre ellas.
El Vive Latino llegó a sus 25 años y probablemente no hay que pedirle nada, porque ahora es solo un gran pretexto para reunirse y divertirse, mientras la música es apenas el fondo para amenizar, un tapiz que cambia cada 50 minutos durante dos días. En ese sentido, el tapiz puede ser el que sea, finalmente, como arte, ya no importa tanto… o casi nada.

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