Rëlisp ataca de nuevo
- David Cortés

- hace 6 días
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David Cortés
Rëlisp es un quinteto brutal. Alguien dirá, con razón, que el calificativo para una agrupación con tan pocos años en la esceena, es desmedido. Sin embargo, basta escuchar unos cuantos segundos de “Isagoge”, el corte abridor de su más reciente EP, Warthak, para percatarse de lo corto del calificativo. Lo desplegado en estos cuatros cortes es la suma de una furia largamente contenida, de un hambre por explorar una música que ha estado allí, a la espera de ser tomada por alguien.

En “Isagoge”, luego de un “llamado” a las armas, entramos a una parte vertiginosa, una cruza entre el sonido zeuhl y el punk -con ese bajeo persistente, animal- que da pie a un breve solo de piano que luego será devorado por el todo, un todo que amenaza con llegar a ser cacofónico y que ahora, nuevamente, da pie a un solo de guitarra incendiario, bestial, la antesala del caos, un caos reforzado por ese bajo que nunca deja de estar allí y un coro de voces desaforadas que, cerca de los cuatro minutos, da pie a una fusión jazz-rock que toma un ritmo más acompasado, sin que sobre él deje de gravitar la fuerza. Es un corte que bien puede abrumar a quien no esté familiarizado aunque sea un poco con la república de Zeuhl.
Warthak, es el segundo Ep de Rëlisp -no busquen el nombre ni del grupo ni del disco en la portada-, y es una palabra inventada por Carlos Greko (sax, flauta, voz). “Originalmente -dice- era el nombre de una pieza que tocaba con un power trio de progresivo. Claramente está influenciada del kobaiano, del Theuz Hamtaahk; fonéticamente me parece agresiva, ríspida, y creo que refleja, en parte, la energía contenida en este segundo disco... También está la sugerencia de la palabra inglesa ‘war’ e ‘isagoge’ se refiere a la iniciación en la magia occidental, al ser la primer pieza que montamos del segundo disco, pues es la ‘inicial’, del título”.

Algo de metal se respira en los cuatro cortes que dan forma a Warthak, pero este se imbrica con otras vertientes sonoras que se muestran con mayor “insistencia” en su faceta de poder. Escuchen el inicio de “Tōt Dhera Adhar “ (El extractor), una línea de guitarra que pesagia un vendaval y pronto es contenido por una melodía con matices de vals y resabios lejanos de folk que se convierte en una extraña, pero funcional mezcla, donde las voces guturales le dan ese toque de extrañeza, para derivar cerca de los dos minutos, en un solo de piano tranquilo, reposado, un hermosísimo preludio que prepara para la hecatombe que se avecina con las guturales de un amenazante “sacerdote”, para dar paso a otro pasaje de fusión jazz-rock coronado por tremendo solo de soprano de Greco y una alfombra donde bajo y batería, amarrados, trenzan el sonido característico de Zeuhl.
Tremendo corte.
“Akthur Jammar”, el tercer track, cuenta Greko, su compositor, “surgió por el motivo inicial de la pieza: comienza con un acorde y es respondido por la voces ‘akthur’, acorde, ‘jammar’; entonces cuando se me ocurrió esa sección, las palabras que aparecieron en mi mente fueron esas, no sé si subconscientemente tengan algún significado. También la intención fue usar dos fonemas del portugués brasileiro, esa ‘J’ y la ‘r’ en la palabra Jammar (que suena como ‘yamaj’)”.

Aquí, la brutalidad reaparece, mezclada con una rápida sección de jazz fusión, salpicada por las palabras ya referidas por Greko y que una vez se desarrolla, cerca de la marca del minuto dos, cede para que entre el bajo de Jesús Fierro, quien luego de unas notas, es acompañado por la batería de Demian Burgos, que marca un ritmo cual si fuera una marcha; nos preparan para un giro cercano al folclor -no sé porqué esta parte me remite a Albert Ayler-, y es tan imprevisible el cambio que lo hace más sorprendente, para tres minutos después, regresar a la brutalidad de una cruza entre el prog, metal y punk.
“Caresull” comienza con un piano reposado, al que se unirán bajo, batería, sax, flauta, guitarra, todos en relativa calma, para tejer un clima apacible, una imagen pastoral ficticia porque pronto el todo se vuelve violento, se agita bajo el comando del soprano y la sección rítmica en un pasaje de tintes caóticos. “Carusell”, dice su autor Jesús Fierro, “semeja al carrusel de la vida al cual todos nos tenemos que montar en algún momento. Cada uno de los instrumentos son los vehículos que te llevan a dar vueltas, pero este carrusel que no es completamente cíclico, se sale de su eje y nunca vuelve al origen”.

Pero el caos se diluiye y regresa a ese estado casi pastoral, calmado, otra vez una fusión jazz rock de tintes zeuhlianos, con matices de Rock en Oposición que evolucionará al “caos” aparente para cerrar esta obra a la que, tal vez, le hace falta un poco más de claridad y brillo en la grabación, pero que no obstante se convierte en uno de los mejores trabajos que en la vena de rock en oposición bajo la influencia de Magma, se han hecho en los últimos cinco años, por lo menos, en este país.
Rëlisp no es una banda cien por ciento zeuhliana. A diferencia de Magma, los fundadores de la escuela y en cuyas aulas Christian Vander se encargó de cimentar el kobaiano, ellos encaran el lenguaje desde una posición diferente. “No hay -dice Greko- como tal una estructura definida de los sonidos que podemos o no utilizar, estos surgen en función de la situación, el contenido temático, las intenciones sonoras también sugieren ciertos sonidos. Algunas sílabas o estructuras funcionan mejor que otras, dependiendo de la situación, sin embargo, repetimos algunas sílabas, algunas frases... Es la situación y la música quien manda las palabras que surgen... es decir, están supeditadas a la música y no al revés”.

El sitio web SensCritique, en un reciente texto dedicado a los mejores álbumes de Zeuhl (más de 100 placas), incluyó este disco y lo definieron con las siguientes palabras: “Estos mexicanos se dejan llevar por completo, es brutal, como Zeuhl Nippone, ¿ven? Pero hay momentos sedosos, tranquilos y bienvenidos... Sí, porque hay que sentarse un poco al escuchar este tipo de álbum. El saxo de ‘Carlos GRECO’ se suelta mucho más aquí y, francamente, me siento casi en casa, acentos zappianos, mmm, sí, casi seguro. Casi quiero poner un 9, me quedo en 8.5, y 8 en sus pantallas... Pero quizás me anime...”
Sin ser condescendientes, Warthak merece el 8.5 sin dudarlo. Aunque sí, dudo un poco, tal vez un 9 sería mejor.



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